Más de un siglo de funcionamiento de la industria del automóvil ha servido para separar a las marcas por sus conocimientos, sus tesis, sus gamas, sus formas , sus filosofías, sus mercados, y hasta las nacionalidades han jugado un papel esencial en su individualidad.
Pero no todas han podido sobrevivir independientes y en el curso de la historia cientos de nombres desaparecieron y otros se fusionaron para unir, en la mayoría de los casos, las desventuras económicas que obviamente restaron más de lo que sumaron para sus futuros, como pasó con las grandes marcas inglesas que se evaporaron.
Otras de esas alianzas fracasaron por las incompatibilidades culturales, como la fallida entre Mercedes y Chrysler, Renault con American Motors, BMW con Rover, tambaleó públicamente el matrimonio Renault-Nissan que aún está en terapia de pareja, extendida a una trilogía al agregar a Mitsubishi, mientras que uniones como las del grupo de Volkswagen, que se chupó a Skoda, Seat, Audi, Bugatti y Lamborghini, y la audaz toma de Chrysler por parte de Fiat, que acaba de dar un nuevo paso al comprar a Peugeot, que incluye a Citroën y Opel, la captura impensable del grupo chino Geely de la propiedad de Volvo y de una buena cuota de Mercedes, la inyección de chequera de los indios Tata en las derruidas finanzas de Rover y Jaguar, y así hay muchos ejemplos notorios que hacen el mapa del automóvil cada vez menos colorido, en especial por su fusión obligatoria con los grandes grupos chinos, cuyos mercados internos los han salvado.
Los últimos cinco años han cambiado muchos aspectos y bastante más los últimos cinco meses, no solo por voluntad y visión del sector, sino por las imposiciones de las autoridades ambientales del mundo, que están obligando a la electrificación del venidero parque rodante del mundo. La dosis de aporte de CO2 al ambiente no será cumplible con motores de combustión en un corto plazo y el paso hacia los eléctricos va a diluir muchísimos de esos parámetros técnicos o diferenciadores que hasta hoy han sostenido las camisetas de las marcas con sus diferentes estilos de juego.
La razón es que el motor eléctrico va a despersonalizar el automóvil, pues la planta, salvo por la conformación de las baterías, no ofrece sabores diferentes como las cilindradas, la pistonería, el torque, los turbos, las inyecciones, los materiales, el ruido, los cambios y la transmisión de sensaciones a la conducción. También, lo que hoy es una diferencia como el infoentretenimiento y sus pantallas, acabará siendo un lugar común y popular en lo básico, como pasa con los celulares.
Por lo tanto, las marcas terminarán más que nunca unidas por debajo de la piel, y en ese caso las alianzas científicas, de investigación y desarrollo son inminentes para ganar tiempo solidariamente, en vez de competir aisladamente en los inventos y para compartir los faraónicos costos del cambio hacia las nuevas motorizaciones, el desarrollo de las baterías y, lo más complejo, la extensión de una red de recargas universal, pronta y funcional, que le compita a la de gasolina para que fluya con la misma autonomía. En este aspecto, a diferencia de la proveeduría de los petroleros, que forman un mundo independiente que vive del automóvil, en el caso de la electricidad toda la industria deberá unirse para vender y masificar la venta de la energía, pues en muchos países los gobiernos no tienen la capacidad de montar las redes y el tiempo apremia. Luego, después de tantos tiempos luchando en estadios diferentes, la industria poco a poco va a tener que caminar en el mismo voltaje para sobrevivir. En ese campo, no hay marcas, sino kilovatios genéricos.
Los enormes costos del desarrollo y la fabricación de las baterías obligan a que las marcas se unan en estos procesos para hacerlos más masivos y poder bajar estos costos que hoy son un hándicap para la difusión de los carros eléctricos. Finalmente, desde el punto de vista motor, estos carros serán muy genéricos.
Aunque hoy existen grandes diferencias en las tecnologías y los acoples de los carros eléctricos a las redes en desarrollo, todas las marcas tendrán que llegar a sistemas comunes y compatibles de conexión para que el proceso del auto eléctrico sea un tema solidario y universal y no esfuerzos aislados de algunos fabricantes o gobiernos, y la recarga sea tan común y genérica como la gasolina.
FUENTE: EL TIEMPO