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    El mapa de las centrales de energía eólica

    En la ciudad de Jiuquan, en la desértica provincia de Gansu, al noroeste de China, se erige la central eólica más grande del mundo. Con 6.600 molinos divididos en cien parques eólicos que abarcan 1.500 kilómetros cuadrados, el Parque Eólico Gansu se ha convertido en el mayor símbolo de la apuesta por la energía renovable del gigante asiático. Y es que China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, se ha lanzado a construir centrales eólicas y solares para proponer una alternativa al carbón y abanderar la lucha contra el cambio climático. De hecho, desde que ratificó el Acuerdo de París en 2016, ha estado construyendo turbinas eólicas a un ritmo de una cada hora.

    La planta de Gansu cuenta ya con una capacidad de generación de cerca de 6.000 megavatios, pero se prevé que alcance los 20.000 megavatios cuando esté terminada, el equivalente a la capacidad eólica de España o el doble de la de América Latina. De hecho, China ya es el principal productor de energía eólica con una capacidad de producción de 237 gigavatios ―237.029 megavatios, exactamente―, muy por delante de su competidor directo, Estados Unidos (105 gigavatios), según datos de 2019 de Wind Energy International. Otro tema es, sin embargo, que Pekín haga uso de ese potencial: como consecuencia de la desaceleración económica y el consiguiente freno en la demanda de la electricidad, muchos de sus megaproyectos eólicos están infrautilizados.

    Además, los dirigentes locales siguen priorizando el carbón, y las líneas de transmisión que conectan las zonas productoras del norte y el oeste con las grandes ciudades del país continúan siendo escasas. Como resultado, el ímpetu chino por la energía eólica no se ha traducido en un incremento considerable de su uso, un terreno en el que Estados Unidos aún está por delante. En concreto, la energía eólica supone el 3,3% de la generación de electricidad en China, mientras que en Estados Unidos es del 4,7%.

    Más allá de la competencia internacional, lo que está claro es que el viento va a ser una fuente de electricidad clave en el futuro más inmediato. Sus principales ventajas son que es un recurso inagotable que está presente en todas las partes del mundo; que la instalación de campos eólicos requiere de muy poco espacio (el terreno se puede utilizar simultáneamente para otra actividad); que tiene además costes relativamente bajos de mantenimiento y operación; y, sobre todo, que se trata de una energía limpia, es decir, que no contamina. Por esta razón, la reconversión del viento va a ser crucial a la hora de conseguir que el calentamiento global no supere los 1,5ºC con respecto a los niveles preindustriales, tal y como quedó fijado en el Acuerdo de París.

    Con respecto a sus desventajas, las dos más importantes es que el viento es muy impredecible ―las turbinas funcionan con seguridad con ráfagas de entre diez y cuarenta kilómetros por hora― y todas las inversiones han de ser a largo plazo para garantizar su rentabilidad. Además, se trata de una energía no almacenable y que requiere de un consumo inmediato, por lo que siempre tendrá un papel complementario en el esquema energético de un país. Otros problemas asociados a los parques eólicos son su impacto en el paisaje ―las turbinas pueden alcanzar los ochenta metros de altura, a los que se suman otros cuarenta de las hélices― y el peligro que suponen para las aves, incapaces de reconocer las palas giratorias cuando giran a una velocidad elevada.

     

    Fuente: EL ORDEN MUNDIAL

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