Colombia podría generar una buena cantidad de energía con base en viento o luz solar, pero la regulación actual no ayuda.
Por estos días, en los cuales el nivel de los embalses que son clave para la generación de electricidad se mantiene alto, pocos colombianos recuerdan que hace un año largo se contempló la posibilidad de un racionamiento de energía, debido al embate del fenómeno climático de ‘El Niño’. Junto con el regreso de las lluvias, se disiparon las preocupaciones en torno a la confiabilidad de un sistema que debe incluir ahora la presencia del calentamiento global entre sus preocupaciones.
No obstante, los interesados en el tema insisten en que el país debe tomar más en serio las amenazas que enfrenta y examinar las opciones a la mano. En particular, el llamado es a pensar ‘fuera de la caja’, lo cual quiere decir que vale la pena concentrarse en las fuentes no convencionales de energía renovable como la luz o el viento, para hablar de las dos más conocidas.
Los motivos para examinar otras alternativas son claros. Por una parte, está la necesidad de disminuir la dependencia en los combustibles fósiles, sin desconocer que poseemos importantes yacimientos de carbón. Como signatario de los acuerdos alcanzados en la Cumbre de París de finales del 2015, el margen de maniobra del país es reducido a la hora de emitir gases de efecto invernadero.
Por otro lado, el territorio nacional cuenta con condiciones naturales que algunos califican de excepcionales. En lo que hace a la generación eólica, el potencial de capacidad instalable asciende a los 30.000 megavatios, de los cuales dos terceras partes podrían ubicarse en la península de La Guajira. Las características propias de la zona la convierten en el lugar ideal para instalar ‘fincas de viento’, nombre que reciben los grupos de molinos que serían movidos por las corrientes propias del Caribe.
Aparte de lo anterior, está la generación fotovoltaica. Las mediciones existentes afirman que la irradiación promedio que recibe Colombia supera en 15 por ciento el promedio mundial, y es una vez y media la de Alemania. Ese dato es importante cuando se tiene en cuenta que la economía germana es una verdadera potencia global en la utilización de paneles solares, gracias a lo cual se han pospuesto planes de expansión con base en plantas tradicionales. Cientos de miles de hogares venden sus excedentes a la red, abaratando costos y aumentando la confiabilidad de la misma.
A lo anterior hay que agregar que el avance de la tecnología hace financieramente viable las fuentes no convencionales de energía no renovable. Si antes eran indispensables los subsidios estatales, ahora la brecha en los costos de producir un kilovatio de una manera u otra, casi han desaparecido, lo cual plantea una verdadera revolución en el sector.
Lo anterior no quiere decir que sea inevitable relegar pronto al olvido tanto termoeléctricas como hidroeléctricas. Ya sea en el país, como en otras latitudes, las opciones de siempre seguirán mandando la parada por décadas. La diferencia es que el abanico continuará abriéndose y nosotros no podemos darle la espalda al cambio.
Para que eso no suceda, será necesario ajustar la regulación, con el fin de enviar las señales adecuadas a los inversionistas. Más allá de los discursos oficiales y de las leyes y normas que buscan abrirle un espacio a las nuevas alternativas, las barreras persisten en la práctica.
Para citar un caso, la piedra angular del esquema actual sigue siendo la oferta de energía en firme, algo que resulta imposible de asegurar para un operador que no tiene cómo garantizar que el viento soplará con fuerza todo el tiempo, o la luminosidad no se verá afectada por la presencia de nubes en el cielo. Lo anterior, para no hablar de la posibilidad de vender excedentes de manera ocasional, lo cual requiere una aproximación distinta.
No obstante, el ejemplo de otros lugares muestra que encontrar una salida es posible. Solo falta meterle ‘energía’ a un tema que es, a la vez, urgente e importante.