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    Las valientes que se suben a los postes y arreglan luminarias

    “Oiga, hermano, en la otra cuadra también hay una luminaria dañada, para que nos haga el favor de arreglarla”, señala desde la acera un vecino que se acerca al camión grúa de la empresa de energía Enel-Codensa.

    Le habla a la persona que, elevada hasta lo más alto de un poste de diez metros de altura, a través del brazo mecánico del vehículo, trata de reparar una luz dañada. Luce botas negras, overol, escafandra, casco, guantes y gafas de protección. No se le puede ver el rostro:  “Estamos trabajando en esta, pero con gusto podemos avisar el punto que nos indique”, responde con claridad, arriba, una voz femenina.

    El ciudadano, sorprendido, inquiere si quien le ha respondido es una mujer, y Verónica Corredor (de 19 años, líder de cuadrilla de mantenimiento, pelo negro hasta la cintura –recogido durante su labor–) le confirma: “Sí, señor, somos un equipo de mujeres”.

    Por un lado del camión aparece Alejandra Padilla (de 32 años, técnica en mantenimiento de redes de alta tensión, madre soltera, de piel blanca y con pestañas encrespadas tras sus gafas de protección), mira al sujeto y le habla. Este queda aún más sorprendido al ver que ambas desempeñan un oficio que por décadas han realizado hombres. Las felicita, dice que son “muy berracas por hacer este trabajo”.

    “A la gente se le hace muy raro ver mujeres trabajando en esto; pero también le dicen a uno que chévere, porque ven que hacemos las cosas y se deja todo en buenas condiciones. A veces nos invitan a tomar las onces, apunta Verónica mientras supervisa cómo su compañera se le mide a reparar una luminaria.

    En los turnos que comparten, como miembros de las cuadrillas femeninas de mantenimiento de Enel-Codensa (proveedora de alumbrado público y energía eléctrica) pueden arreglar entre nueve y doce lámparas según la dificultad.

    En total, hay 60 féminas vinculadas a esta labor por la empresa –y contratistas–, todas ellas beneficiarias del llamado Plan Semilla, que promueve la formación de damas provenientes de zonas vulnerables de Bogotá y Cundinamarca. La iniciativa forma parte de la política de equidad de género institucional.

    Acción y protección

    Son las nueve de la noche en el barrio Galán, localidad de Puente Aranda. El camión grúa, con su brazo mecánico y canasta de elevación, se parquea junto al poste de luz. Ambas, ataviadas con ropas antifuego, tres capas de guantes aislantes, etc., se apean e inician la instalación del plan de manejo de tránsito: valla indicativa, reductor de velocidad y un corral plástico para delimitar el perímetro, hacer que los carros reduzcan la velocidad y mantener a raya a los metiches.

    Alejandra, que en las diez y hasta once horas que se alarga la jornada no se quita los implementos de seguridad, se monta en la canasta y se dispone a manejar el combo de palancas que le permiten ascender. Antes, cierra los ojos, baja la cabeza y junta las manos: “Dios mío, acompáñame y protégeme, que mi trabajo salga bien y no corra ningún riesgo”.

    De 11 y 13 años, sus dos hijos la esperan en casa. Es madre soltera y cada día, tantas veces como lleve a cabo su intervención, se encomienda a la Divinidad.

    Verónica, desde abajo, observa: “Cuidado con la primaria”, mientras la otra sube y alcanza el punto del daño.

    Durante la actual administración se han invertido 58.000 millones de pesos en la compra de luminarias led, tecnología que consume un 45 por ciento menos energía que la tradicional; 80.000 unidades han sido modernizadas, y se estima que al término del 2019 la cifra llegará a 150.000.

    Enciende la luz de su casco, desatornilla y destapa el armazón. Comienza el diagnóstico y tan pronto descubre por qué no se enciende la luz (falta de tensión, fusibles quemados, controladores estallados, entre otros motivos), saca la herramienta que porta en la cintura. El viento zarandea el brazo mecánico, y Alejandra, que antes de realizar esta labor se postuló para oficinista, se mantiene firme.

    De 11 y 13 años, sus dos hijos la esperan en casa. Es madre soltera y cada día, tantas veces como lleve a cabo su intervención, se encomienda a la Divinidad

     “He enfrentado el miedo a la altura. Al principio sufrí un poco, porque en la grúa de 14 metros de altura la canasta se mueve demasiado por el viento”, confesará más tarde esta experta en manejo de redes.

    “Me dio duro con la matemática. Pero montar cruceta, aislador, manejar la tensión, todo fue nuevo y más práctico”, agregará Verónica. “Me gustan los retos, por eso escogí este trabajo, para demostrar que también podemos. Es algo innovador para las mujeres, y ahora mis papás están emocionados porque a mi edad ya soy líder de cuadrilla y voy dando buenos pasos en mi vida”.

    La luminaria vuelve a funcionar: misión cumplida. El brazo mecánico desciende, y Alejandra cierra el ciclo: “Gracias, Señor, porque terminé bien”.

    Recogen los elementos de seguridad y los suben al camión: “No pensé que fuera a llegar tan arriba. Ahora me gusta lo que hago, y más adelante quiero estudiar ingeniería eléctrica”, confiesa Alejandra.

    Verónica enciende motores, la copiloto se abrocha el cinturón, el vehículo brama, y las cuadrilleras se desvanecen en la noche, rumbo a cumplir con más revisiones de mantenimiento.

     

    FUENTE: EL TIEMPO

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